A propósito del Día Internacional de la Niña, celebrado el 11 de Octubre , entre mis reflexiones y opiniones varias sobre la protección de la niñez y la violencia, recordé una situación que me impactó, que “me hizo ruido”, algo a lo que en mi infancia no me parecía mal, pues debo admitir que lo jugué como cualquier otra niña, sin embargo ahora (a esta edad casi adulta) en un momento de silencio, en un momento de vigilancia durante una excursión escolar el año pasado mientras trabajaba como docente, escuché a dos niñas de ocho años que cantaban y jugaban con sus manos, ingenuas e inocentes, muy entretenidas, repetían sin parar esta canción:
“Mermelada de cereza,
me invitaron a una fiesta,
un chico me beso*,
yo le dije descarado,
el me dijo mal hablada.
yo le dije a mis padres
y mis padres me pegaron,
yo le dije a mis tíos
y mis tíos me dijeron
que cantara esta canción:
alabi alabau alabim bom bao.
El beso fue aqui**”
*En otra versión, cambia la frase me besó por me pegó
** Se señala la mejilla izquierda, los labios, la mejilla derecha, hasta terminar la canción.
Mientras ellas cantaban, yo estaba entre la perplejidad y la catarsis, intentaba entender lo que pasaba, para mi era claro el mensaje de violencia, y la reprimenda a una denuncia de violencia hacia una niña. Para ellas, era solo un juego, lo repetían sin parar, se divertían más si cantaban más rápido y no se equivocaban al jugar chocando sus manos.
El caso de la canción, en la vida real puede ser el drama de muchas niñas, o de muchos niños, que han sido maltratados, acosados por sus pares, revictimizados por sus padres y/o por sus maestros u otros adultos. Es un juego, tal vez solo un juego, el cual se presta para diversos tipos de análisis teórico científicos que yo no pretendo hacer en este post; mi intención es reflexionar, es abrir los ojos, tal vez cerrarlos para escuchar a profundidad y pensar en donde debemos intervenir y transformar nuestras costumbres para vivir mejor, para el buen vivir, para encontrar paz.
Ayer me desperté y en las noticias en vivo informaban el hallazgo de tres mujeres asesinadas en el Gran Buenos Aires; Malala, la niña víctima de un talibán que se convirtió en la imagen – vocera de la campaña de Educación para Todos de la UNESCO estaba candidata para recibir el premio Nobel de la Paz; mientras que en Ecuador se debatía la penalización al aborto por violación en la Asamblea Nacional.
A lo largo de este año han existido muchos casos de desapariciones y muertes hasta el extremo de las violaciones masivas en la India, historias de mujeres que nos han estremecido, no por lo que llegaron a ser, si no por como terminó su existencia en este mundo. Curiosamente en el mismo espacio donde informan estas tragedias, en espacios de farándula, entretenimiento y/o publicidad se muestran a mujeres adultas, voluptuosas, en situaciones eróticas vestidas como niñas, como estudiantes con uniforme de colegio, con títulos de “la colegiala sexy” u otros.
Entonces retomo la “mermelada de cereza”, si las niñas siguen cantando una y otra vez este tipo de “juegos infantiles” (canción que parece tan inocente y nada comparable con el contenido de canciones de géneros musicales como el reggaeton) ¿cómo esperamos que al momento de ser víctimas denuncien las situaciones y personas que vulneran sus derechos? Las mujeres, las niñas son programadas para callar, por otro lado a los adultos les venden la idea de que el placer sexual se encuentra en situaciones infantiles erotizadas.
Leo detenidamente la letra de la canción y me pregunto ¿de que sirven tantos instrumentos jurídicos e instituciones para proteger y restaurar derechos de las personas y grupos vulnerables en general, si es que nosotros mismos apoyamos el ciclo de la violencia? Hay cosas que los abogados y profesionales del derecho no pueden cambiar, no digo que las leyes no sean necesarias, las normas, la reglamentación de la vida en sociedad es esencial para la convivencia humana, pero pensar que son el abogado, el juez, el fiscal, la policía quienes van a eliminar la violencia es creer en cucos.
Inevitablemente surgen más preguntas que respuestas, quienes y como construimos y mantenemos la violencia estructural, que hacer para contrarrestarla, desde que flanco actuar; si yo me decidí por la educación, ¿cómo les explico a las niñas que no deben cantar esa canción? Si soy la única a la que le alarma este juego, con qué legitimidad no permito jugar la “mermelada de cereza”? (Aquí me veo como solo una adulta enfrentándose al universo de niños, como David y Goliat). ¿A qué jugamos?
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