Ser una abogada que intenta adentrarse en el campo de la educación no es fácil, hay demasiada terminología extraña, resistencias de ambas partes, profundas ignorancias que se convierten en nuevos saberes y, definitivamente, algo que me inquieta desde que empecé en este ámbito es el término “normal” en referencia a la normatividad de la pedagogía; encontré que hay varios conceptos tanto en el campo del derecho como en el campo de la pedagogía, que se relacionan entre sí: normar, deber ser, corregir, sancionar, castigar, bueno, malo, correcto, disciplina, control, etc.
La institucionalidad de la educación y la del derecho son tan antiguas la una como la otra, al intentar visualizar las distintas tradiciones pedagógicas en un símil temporal con el derecho, a la vez que resolver el misterio de la normatividad y, su importancia llegué a un dilema: la educación ¿es un derecho o es un dispositivo de control?
¿Qué implicancia tiene el derecho a la educación? Establecer a la educación como un derecho implica pensar en las necesidades del sujeto y adecuar la pedagogía y el currículo a su dignidad de ser humano. Por el lado de la libertad, este derecho “humaniza” el proceso de aprendizaje, se piensa al docente y al estudiante como individuos dotados de derechos, intereses y necesidades; por el lado de las obligaciones, el Estado debe garantizar el derecho, así tiene que establecer las condiciones favorables al acceso de la educación, sin importar cuál es su proyecto político, ni con qué fin programará las políticas educativas; y, si el Estado no cuenta con los recursos necesarios para financiar la educación, el sector privado debe satisfacer la necesidad de educación de los individuos; ambos bajo el abanico de pedagogías que programen a los sujetos a cambio de que ellos sirvan a sus intereses.
¿Cuál es la relevancia del derecho a la educación para la pedagogía? El último gran pedagogo, Paulo Freire, surge cuando la educación es reconocida como un derecho humano, la intervención del Estado en la pedagogía muta, los sistemas educativos se hacen más necesarios y complejos, ante sus falencias hay otro actor, el mercado, que se nutre de ellas. Esto sucede en la segunda mitad del siglo XX, cuatro siglos después de la aparición de la pedagogía como el método para formar “el hombre ideal”; el derecho a la educación obliga a la pedagogía a dialogar con ideales de igualdad y justicia.
Aquello que no ha sido educado es “anormal”, la pedagogía dice y programa lo normal en el sujeto, descarta, castiga y “elimina” lo “anormal” en el mismo, se enseña un “deber ser” que contiene una asimetría entre estudiantes y adultos, entre ciudadanos y Estado, entre cliente y mercado; no importa la tradición pedagógica en contexto, siempre está al servicio de los intereses del Estado o del mercado, a fuerzas externas a la escuela y a la corporación docente, no es un dispositivo al alcance del individuo.
La normatividad pedagógica como dispositivo de control es tan fuerte que incluso en las escuelas que utilizan tablets y computadoras personales para el proceso de enseñanza y aprendizaje se mantiene el principio de la simultaneidad sistémica, es por ello que ya sea que se ejecute un programa estatal en la escuela pública, o el proyecto educativo de la escuela de gestión privada, sabemos que los estudiantes están “aprendiendo” los mismos contenidos, al mismo tiempo y, que después podrán ser evaluados bajo pruebas estandarizadas para contrastar no solo si existió un aprendizaje efectivo, sino para saber quién puede más, el Estado o el mercado educativo.
No importa que pedagogía se utilice, si está en boga o no, mientras que se consuma lo que produce una determinada marca, mientras que tanto lo público como lo privado se enmarque en las tecnologías que el mercado ha diseñado.
Me pregunto qué sucederá cuando se cumpla la utopía, cuando todo aquello que exigimos hoy en torno al derecho a la educación sea efectivamente garantizado, supongamos que lo tenemos todo: acceso, infraestructura, calidad, equidad, permanencia, libertad de catedra, un sistema educativo heterogéneo en el que conviven distintas tradiciones pedagógicas, todos van a la escuela, todos pasan de un nivel a otro, existe equidad y la calidad es superior a lo imaginable; aún en ese momento en que un derecho se encuentre totalmente satisfecho universalmente, el ser humano a través de la pedagogía será normado acorde al deber ser que ha impuesto el Estado o Mercado.
La educación antes de ser derecho fue un dispositivo ideológico para colonizar mentes, espíritus, cuerpos, por lo tanto no es nuevo que el campo pedagógico sea el campo de batalla de santos y demonios, siempre existe un bando a favor de la escuela con una determinada pedagogía bajo la manga; siempre existe un bando contrario a esa pedagogía y al sentido que el otro bando da a la escuela. Quién es el santo y quién es el demonio lo decide el sujeto educado o no educado, el individuo oprimido o el individuo liberado, lo decide la historia. Entonces, ¿escandalizarse por el “control estatal” de la educación, ayer, hoy, siempre; o preocuparse por la vulneración del derecho a la educación, cuando no hay recursos, no hay clases, o varían los contenidos?¿Actualmente, la educación realmente está configurada como un derecho, o continúa siendo un dispositivo de control… estatal o de mercado? ¿Hasta qué punto se tolera el control del Estado o del Mercado sobre la educación?